Cera

Te apaga, como el matacandelas al asfixiar la flama de la vela. Nubla tu juicio, tu centro, tu ser. Te aleja de todo aquello que solía ser tu chispa, tu eje. Y una vela sin flama, no se consume pero tampoco se permite brillar. Una vela sin flama, lejos de todo mechero, oxígeno o razón. Está apagada, parece. Pero… ¿acaso la cera gotea sin que desde fuera le enciendan?

Poco a poco, en algunos casos parece ser que los restos de lo que solía ser una hoguera abandonada chasquean desde dentro. Hay una especie de fricción, apenas perceptible. Va al compás, de lo que parecen ser cálidos latidos. Y entre chispas, va cayendo la cera, no desde la mecha sino su centro; arde por sí misma. Gotea y gotea, hasta volverse un río de cera. Se consume y toca los cimientos donde estaba apoyada. Se deshizo, sin brillar, apenas entre chispas, para simplemente consumirse y dar con la realidad de los pocos restos que quedan en la vela pronto apagada…

Pero, incluso las cenizas pueden arder y sin la cera haciendo de prisión, sin el peso de lo que solíamos ser y lo que dicta el molde debemos formar, se logra no solo encenderse, sino arder. Ahora allá uno mismo, si decide ser flama vital, fénix que resurge para alzar vuelo o un incendio forestal.

Encontrar el fuego interno, ese que quizás no calla, pero ahoga las voces dedicadas a ensordecer nuestra voluntad. Volver a aprender a descubrirnos, volver a aprender a vivir.

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