Quiero un amor de esos que vienen en forma de bagette caliente, de aroma a lilas, de balcón observando la luna, de sabanas recién lavadas.
Un amor de esos, forrados de drama e intensidad, con orgullo de las pasiones y libertad en las acciones.
Así, vestido entre abrigos de invierno y actos privados de cabaret. Excéntrico y animal. Romántico y arrebatado. Misterioso entre soflamas.
Un amor de esos, en la línea entre la fascinación y el escepticismo. De gestos vehementes y discursos malogrados que apuntan a un objetivo claro disfrazado de pequeños accidentes.
Oh, esos casuales accidentes como el de haberte podido encontrar.
De aquellos entre roces de las manos y miradas, entre limerencias y realidades que se entrelazan unas a otras hasta que embriaga, envicia mi ser, tu ser, nuestras formas como siendo una sola.
Así, de esos entre guerra de entusiasmos y calmas en forma de certezas.
Con mañanas de sonrisas y muestras de intelecto, fugaces soplos de celos y rebeldía inconmensurable.
Con noches conciliadoras, entre duelos y actos vorágines, fantasías y copas de vino tinto con sabor a frenesí.
Quiero un amor de esos, así a la francesa, donde no importa el cuanto dure sino la profundidad de la huella en el corazón moldeado a las formas de una inocente adicción.
Donde el “te amo” queda incrustado en los recorridos del tren mientras miras por la ventana, en la canción sellada por las caricias, en la crepe callejera para dos, en la primera nevada de invierno que te lleva cada año a caminar hasta el banquillo para volver a sentir lo reconfortante de aquel abrazo en tus pensamientos como única fuente de calor, en la convicción del que vivirá para siempre en ambos el recuerdo de esa trágica historia de la que nadie jamás escuchó y en el quizás que se arropará en el día que nos volvamos a encontrar, y decirnos un “sabía que nos volveríamos a ver”.