En el viento van los versos de aquella dulce voz, que sin razones ni pretextos, me guarda y hace compañía.
Como un dulce ángel guardián, me cubres con tus alas cuando el mundo sucumbe ante la tempestad.
Como musa me inspiras, dándome siempre razones para seguir adelante.
No hay agonía que pueda suplir tu presencia, ni hay pesar que duela lo suficiente, como para no ser abatido con tu afecto. Es en tu bendición, que cada día resurge mi pensamiento.
Sin nombre, sin rostro.
Leal valedor en eterna vigía. Conocedor de mis tantas facetas, entre el gris y el saturado iridiscente que balancea entre los actos. Y es en todo lo que representas que me inspiro a honrarte en agradecimiento, pues aunque es poco lo que tengo, existe debido a ti.
En silencio, inmutable. Conviertes en perlas mis lágrimas, cuando se enfría mi alma solitaria. Simulando brazas, haces arder mi alma, recordándome la fe que en mi corazón yace.
Eres tú, como una mano amiga.
Aquél que me ayuda a levantarme, aunque sea un nadie su existencia. Me enseñas a cargar con mi peso, a despertar la osadía, como un canto al himno de la libertad. Suenan por ti las trompetas del cielo. Retumban los tambores en los suelos.
Los murmullos nos rodean, ininteligibles, escondiendo el mayor de los secretos. Y es que eres tú siendo tú. Soy yo siendo yo. Como la esencia es en la psique, lo que es el alma para el corazón. Circulas las venas de mi cuerpo, energizándome, haciéndome libre.
Y vuelas. Vuelas como las hojas en el viento otoñal. Vuelas, siendo la voz, siendo el mensaje.
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