Tengo ganas de hacer algo diferente

Hoy me levanté con ganas de hacer algo diferente.

Recorrí mi cuarto, recorrí mi casa. No satisfecha, me digné a salir.

Recorrí mi ciudad, recorrí mi país.

Se hizo la noche y creí que no podría hacer algo diferente.

Líneas y círculos garabatean todo mi recorrido, plasmado en papel, el cual observo en silencio.

Visité rincones a los que jamás había ido. Repetí estadías en las que alguna vez sentí un algo único.

Miré paisajes que cambiaban sus facetas y miré también las nubes que cruzaban los cielos en formas y colores que no volverían a ser.

Comí un par de bocados, mascados cual chicle o tragados por ingerir. Bebí un par de famosos tragos que según son solo de aquí.

Conocí personas en el camino y a otras más me reencontré, mientras con mi marcador tachaba como objetivo alcanzado lo que figuraba en el papel.

Y así cómo les he dicho; comí y bebí, miré y repetí, pase de largo entre algunos y entre otros intercambié saludos, crucé fronteras y oí canciones, que decían debía oír.

Pero se hizo la noche y he vuelto aquí, aún sintiendo ese deseo adherido a mis entrañas que susurra a mis neuronas «quiero hacer algo diferente».

Sin descanso ni consuelo para este deseo no saciado, me dormí para luego despertar.

En un mañana que ahora le digo hoy, mis ojos he vuelto a abrir. Buenos días sol, buenos días sabanas. Es hora de partir en búsqueda del algo diferente que necesito para ser feliz.

Entusiasmada ante la idea de que hoy lo lograré, abro la puerta y guardo la llave al salir, comenzamos otra vez.

Recorrí unos lares y otros mares, cada vez más lejos fui.

Acumulé aún más personas en mi agenda, probé comidas aún más finas y más rápido las fronteras crucé.

Se hizo amplio la hoja y se agotó el marcador, mientras a los pasos les empujaba la prisa para así más poder hacer.

Pero la noche llegó, y el deseo de hacer algo diferente sigue en mi.

Enmascarados con soberbia y aroma a experiencia, se acercan de zapatos finos a mirarme un par de tres, que guiados dos por una tercera voz llegaron a una conclusión.

Un bolsillo largo y pesado es lo que tu necesitas llenar. Pues si le llenas, en recorrido que haces más disfrute te podrá dar.

Y me fui a casa entre la idea y el hecho de lo que hoy había alcanzado y lo que me decían es mejor.

Me dispuse a intentar.

Dormí y desperté, sin siquiera percatarme de ello.

Las neuronas me susurraban palabras que escondían el deseo latente, el cual apenas escuché ante la alarma que sonaba dispuesta a la salida del sol, poco después de haberme levantado.

El tiempo apremia y así, distribuí cada instante del día con la finalidad de llenar un bolsillo cosido a duras penas, con la meta de haber saciado mi deseo al haber llenado el bolsillo.

Mientras más se llenaba, sus telas más gruesas se volvían y parecía nunca llegar a tope.

Creo haber comido, quizás haber recorrido…. No tengo certeza de ello.

Lo que se es que mi bolsillo llenaba y las ideas cada vez más en ello se enfocan, dejando de lado los anhelos y los susurros del alma.

Es que los anhelos y susurros no dan dinero, no llenan el bolsillo. Sin un bolsillo lleno, no se cumplen los deseos, ¿cierto?

¡Vaya! Este hoy se tragó un par de mañanas, y el bolsillo es más grande que la unión de los kilómetros andados.

Parece nunca acabarse…

He pasado de casualidad por uno de esos espejos que juraríamos tienen algo mágico. Un encanto único que produce un eco que ensordece al momento, haciendo que escuchemos el pensamiento.

Este eco grita los defectos y virtudes, arranca los ánimos a flor de piel y destapa los escondidos.

Y es aquí que nos damos cuenta que aún tenemos ese deseo. No solo habla, sino que duele mientras se ahoga en una tormentosa desesperación.

Queremos correr, pero se siente pesado y difícil.

Tanto esfuerzo rasga la tela, que ahora yace en los suelos del cuarto y el cuerpo da la idea de moverse solo, incluso antes de siquiera decidir que paso dar.

Cruzamos la puerta y por un instante vemos unos alguien que parecen los quienes que resguardan la respuesta.

Sus miradas brillan mirando el vacío.

Algunos sentados y otros recostados, observan extasiados una nada como si fuesen encontrado su todo.

Mientras más despiertan mis neuronas, más me incitan a saciar mi deseo de sentir hago algo «diferente».

Me siento y hago nada.

Tik tok, pasan las horas. Tik tok, siguen las ganas.

Me recuesto y hago nada.

Tik tok, pasan las horas. Tik tok, siguen las ganas.

Que tormento, que miseria.

Se siente como un fracaso.

¿Qué hago mal?, ¿Qué hacen ellos bien?

Sucumbo ante la frustración y me dirijo a la cama.

Me quedo observando el techo, en silencio.

No puedo dormir. Solo quiero entender.

El deseo sigue ahí, pero mi indagación va más allá de ello. Empiezo a analizar paso a paso lo que hice, recordando los hechos pero no los detalles.

Recuerdo haber comido, pero no saboreado.

Recuerdo haber mirado, pero no observado.

Recuerdo haber hablado, pero no haber escuchado.

Recuerdo haber caminado a la intemperie, pero no haber sentido el sol.

Incluso recuerdo haber trabajado, pero no haber disfrutado lo que hacía.

Haber ganado pero no haber compartido, aún a sabiendas de que el peso era cada vez mayor.

Haberme sentado, recostado y parado imitando acciones que hacían a otros felices en vez de pensar cuales me harían feliz a mi.

Haber imitado la nada, pensando y dándole formas, en vez de dejarle fluir.

Me di cuenta de que esos hoy ahora no eran más que ayer. Se habían descontado mañanas que ni siquiera había percibido.

Fue así, mientras recordaba y recordaba, que desperté de ese profundo sueño.

Las papeletas del calendario aún no han sido marcadas y los deseos de un algo diferente aún no han despertado.

Los cielos se van pintando cual óleos en gloria digna del despertar del sol, haciendo compás en los suelos y todo lo que se cruza en su paso, mientras se despabila el mundo.

Cierro los ojos esperando el susurro a mis neuronas, respiro profundo y no llega.

En cambio hay un algo sereno que sustituye lo desesperante y un espacio en mi interior, que se va nutriendo a gotas. Este espacio no es un vacío, sino un algo completo que se va engrandeciendo.

Y así, me levanto lentamente esperando a que el sueño se repita. Camino con cautela, sintiendo el roce de las alfombras. Como lentamente cada bocado, en búsqueda de la aparición de ese tormento sin tortura.

Pero no aparece y en cambio, de la lentitud y atención al hecho percibo los sabores… ¡Que delicias no había notado!

Cada trago y cada bocado son refrescantes y repletos de emociones, pequeñas pero memorables.

Abro los ojos y observo mis alrededores. Los colores de las paredes, las siluetas de los muebles y a lo lejos los jardines llenos de vida, colores y formas.

Y no solo observo, sino también escucho. El crujir de la puerta con el viento, unido al moverse de las hojas a lo lejos. El cantar de los pájaros, el agua que fluye en la fuente y una música de fondo.

Estuvo sonando todo este tiempo en mi cabeza y ni siquiera le había notado.

Pero no se limita ahí, escucho los latidos de mi corazón y siento los vellos de mi piel. Escucho los susurros de mis ideas y las voces de mis neuronas, que cantan al unísono de la melodía.

Me miro en el espejo y me doy cuenta.

Toda yo era diferente aún siendo la misma persona.

Había evolucionado y cambiado, aún siendo yo.

Y mañana cuando me mire, seguiré siendo este ser humano, que habrá vivido un día más de vida.

Habrá acumulado experiencias, con enseñanzas y recuerdos, las cuales por más mínimas, esconden pequeños detalles que nos hacen quienes somos y nos permiten estar completos.

Esos cambios, parte del descubrirse a uno mismo, deben reconocerse y apreciarse, por que si no lo hacemos jamás podremos saciar ese deseo oculto que nos dice que algo falta, que algo no cuadra…. Que algo debería ser diferente.

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