Aquí estoy, sentimiento a flor de piel, resurgiendo en la carencia de lo que yace ahora en el supuesto olvido.
Es el pasado, eso lo sé. Más sus hiedras cual farotón, desparpajo e impertinente verdulero, cuchichean con las puertas entreabiertas soltando ideas apolilladas.
Incursionan en la osadía a la perplejidad frecuente ante el hecho de que han sido escuchadas, simulando ser cual gallinas escandalosas conscientes de su fechoría, en supuesto acto premeditado.
Podría adverarse sus propósitos bajo la idea de accionar cual leude de un trono vacío, guiados por egregores enmascarados en la auspicia y mansalva, mientras acongojan el espectador.
Y es que me encuentro en bruces contra esta situación desesperada, donde mis lógicas se amarran a las venas, arropándose de pena y amordazando el verbo propio.
Me encuentro de frente contra mi propio adarve, que a duras penas simulaba la barrera que separaba las heridas del ayer con el ahuciado mañana.
¿Cuantas veces no ha ocurrido ya?
Pero cual proverbio japonés, de siete caídas me he levantado ocho.
No se si es algo bueno, no se si es algo malo. Simplemente se, es lo que es.
Quisiera poder enmudecer sus juicios y mitigar sus dudas. Más me miro en el espejo y noto que no importa cuanto escale, el adarve sube y sube.
No me rendiré, pues más que temerle a la caída, es por el vacío que demuestra no hay ya nada que perder.
Quizás no sea a la octava, sino a la novena…
Bien se algún día al levantarme, sabré es la última pues habré vencido.
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