Etiqueta: Lírica

  • Instante

    Instante

    Se sintió como un suspiro.

    Uno de esos que pesan en el recuerdo hasta volverse eternos, inagotables.

    Podía sentir como cada partícula de aire rozaba sus labios a medida que escapaban de sí… Ese último beso involuntario entre la que fue y la ella que ahora debía ser.

    Le siguió un vacío mudo, repleto de sensaciones, a duras penas percibiendo las siluetas a su alrededor contorneadas por las luces del vestíbulo un poco medio vacío.

    Esperó, sin poder controlar ese gesto inconsciente, ese soplo desesperado, hálito de vida que desvanece como en un sueño profundo sin sentido. Solo faltó apenas segundos para sentir que se le escapaba todo su ser, hasta qué, sin preámbulo alguno, una voz vestida de hogar llamó a su nombre y le hizo despertar.

  • Corazones Desechables

    Corazones Desechables

    Metamorfosis de los cielos, mutables cómo los sentimientos del corazón.

    Siempre ahí, siempre hermosos. Nunca comprendidos por completo.

    Errantes en las horas pico, cual mente que divaga ante la sorpresa de que en el auge de lo que se había esperado, la causalidad obre en su contra, aclarando realidades.

    A veces me miro al espejo y sonrío. Me alegro de ver lo que veo y poder sentir que puedo considerarle mío, parte de mí.

    Pero otras veces miro y no sé cómo sentirme. No sé cómo definirme.

    ¿Un caótico desastre?, ¿un glorioso milagro?

    Tan solo un completo vaivén. Uno de esos esculpidos en curvas de mujer, entre marfil y tiza, cantores de tragedias.

    A veces, suelo huir a ese mundo de fantasía, cubierto por una muralla de sonatas y espinas venenosas.

    Ahí, debajo de la palma, a la merced de la luna que gobierna los cielos cambiantes. Esa luna que guía mi presencia estática en un mundo errante y escrupuloso.

    Hay veces que lloro hasta que los ojos estallan al rojo vivo, abrazo la emoción.

    Otras, anestesio los pensamientos y convenzo el cuerpo, entreno mi sonrisa para cuando vuelvan las horas felices. Las dulces epifanías de las existencias humanas.

    Y en esas pocas, cuando las epifanías se tornan permanentes en tiempos que parecieran ilimitados, tomo esa luna y también la palma.

    Damos vueltas tomados de manos en un baile sagrado y profano.

    Guardamos el recuerdo, envasado en una galería de emociones, para nunca perderle.

    Ahí, en esa biblioteca de historia repleta de imágenes y canciones, de miradas y sabores.

    Le guardamos así, escondido en esquinas detrás de los sueños furtivos y los abrazos fugitivos, junto a los vestidos de margaritas ya empolvados y las promesas inalcanzadas.

    Pareciera, si hacemos esto, solo hay que destapar el frasco adecuado para volver a bailar impregnados de ese algo, aún sin la música de la alegría, a veces adormecida por la cautela del saber constante de que la oscuridad de la noche no es eterna y pronto debe volver a amanecer.

    Pero no nos duele, pues bien sabemos la misión de cada quien viene escrita y con plazo de caducidad, siendo el nuestro bailar entre las almas mientras duermen, guiados por el recuerdo de quienes somos en su momento, para así encontrar su verdadero destino, su corazón latente y eterno.

  • Ella.

    Ella.

    Ella está agotada, ella está marchita.

    Cada día ahoga gritos que ni la sordera podría desvanecer.

    Ella está quebrada, ella está mustia.

    Su reflejo se vuelve borroso mientras su sombra gana espacio, entrelazada en los pasos venideros y rotundos.

    Ella se ha perforado el alma, sin intención ni anestesia, mientras encara facetas que ni la vida suponía posibles.

    Se mira en las aguas, temples ante su presencia, mientras sin razonamiento alguno van cruzando en sus gestos las emociones encaradas.

    Inesperado acto, en el que una gota salada cae en las aguas aturdiendo la quietud al dibujar leves olas al ritmo de sus latidos.

    Acerca el rostro, se dice ella.

    Atónita pero no aturdida ante la mar que surca sus ojos en lo que parece ser una mirada de grandes ojos enrojecidos por un llanto estruendos de los pensamientos irreverentes.

    El que indaga sin discreción, descubre sin razón.

    El instinto pudo más, al querer saber si al tacto las olas se vuelven eternas.

    Atraviesa las aguas, para al mismo lugar volver.

    Misma idea, mismo reflejo, pero no es la misma ella.

    La mar ya no gotea. Se ha convertido en perlas que adornan la cabellera.

    El azul ha sido uno en su mirada, que impregnándose, ha invadido el carmín y ha derretido el oro, ahora escondido detrás del cielo que grita emociones bajo un par de parpados chispeantes y curiosos al ver que la curva que las aguas muestran en su boca lucirá permanente en su imagen.

    Ella estaba confusa, ahora ella está clara.

    Cual alta mar al amanecer luego de la tormenta, que ha sacudido hasta los cimientos para luego parecer jamás haber rozado con su forma.

    Ella es certera, ella es resplandeciente.

    Pues ahora tiene en claro no solo lo que le rodea sino también lo que guarda en su interior.

  • Súplicas de un Indulto irreverente

    Súplicas de un Indulto irreverente

    Más que una agonía, es una penitencia que nos imponemos cuando el hecho nos presenta una acción contradictoria a aquello que idealizamos de nosotros mismos en el acto ejercido en el presente.

    No hay cese al debate interno, así sea por un intervalo definido convertido en infinito, para la respuesta tardía que se debía enfrentar a la vivencia, en el pleno instante que se llevaba a cabo.

    Esta negligencia, a falta de coherencia, solo termina determinando lo que podemos registrar en la memoria cómo un completo hecatombe, donde las múltiples victimas han de ser uno mismo en sus tantas posibles facetas.

    O, acaso, ¿podría definirse cómo un mero arrepentimiento?

    En cierta forma, siendo un debacle debido al razonamiento lerdo para no decir abrupto, de una mente en extremo lógica pero que, al ser expuesto ante lo que le es naturalmente «radioactivo», se torna impulsiva y contundente, para no decir que a duras penas se le podría halagar con el enfoque de la torpeza.

    Podría excusarse en la suposición de un tiempo no lineal, haciendo designio al esfuerzo de buscar maneras de reciclar momentos para excusar lo ocurrido, en vez de subrayar nuevas acciones que expongan los verdaderos deseos.

    Indiferente de ello, se convierte en una hipocresía hacia uno mismo, escudado en este ciclo sinfín que encuentra raíz en la pobreza mental ya mancipada por una inercia metafórica que empuja el siguiente movimiento antes de siquiera reaccionar a lo ocurrido, cómo un efecto dominó.

  • Palabras a sí misma #2

    Palabras a sí misma #2

    Recuerdo esos días, aquellos en que el sol danzaba entre las ramas mientras el rocío dibujaba en la ventana.

    Días complejos y a la vez simples, que escondían dulces sonidos y amargos sabores, ahora difíciles de encontrar.

    Recuerdo el tacto de la brisa que acariciaba las pieles, en ese entonces, sensibles a lo celestial.

    Esos tiernos cortejos de las flores que danzaban a la par de los vuelos que hacían mi falda y mi cabello en unísono, bajo la luna.

    Recuerdo el calor de las palabras que no necesitaban ser pronunciadas, cubiertas de la fría corteza del árbol viejo, gran sabio contador de historias.

    Azahares que adornan lo invisible, imperceptible para aquel que no desea ver.

    Oh, por sobre todo recuerdo cuando no eran recuerdos sino hechos, que apuñalaban el corazón y se convertían en escalofríos a través de la columna vertebral.

    No puñales hirientes, sino verdades directas, sin envolturas de sedas ni purpurina en exceso, impactantes al momento para convertirse en anestesia a través de la tierra húmeda bajo mis pies que encaminaba mis pasos ante lo que debiera ser.

    Recuerdo lo que era, recuerdo lo que iba a ser. Me recuerdo al recordar lo que iba a escribir.

    Ojos cerrados, guiados por fuerzas que permiten ver cuando dejamos de observar.

    Y me recuerdo a mí, esa yo de aquel entonces, tan igual y al mismo tiempo tan diferente, a lo que ahora soy.

    A ti, yo del pasado, te recuerdo y quiero agradecer.