Es complicada. La vida por si sola es sencilla, pero a la vez tan complicada. A veces me pregunto si somos nosotros mismos, quienes le llevamos a sucumbir ante una compleja maraña de decisiones, de miradas distraídas en posibles seremos y de insatisfacciones absurdas.
A veces es difícil identificar qué nos detiene, qué nos absorbe y envasija. Pisadas en caminos de fango, cual pantanos que absorben tus fuerzas. Neblina silenciosa a través de extensos valles escondidos en la memoria. Turbulentas ventiscas, capaces de derrumbar tu pequeña choza de ideas. Viene de tantas formas, pero te atrapa.
Es que a veces me veo al espejo y parece tan ridículo. Esas absurdas pequeñeces que nos absorben los sesos, como comiéndose un mango bien maduro. Jugosos, llenos de esperanzas y sueños, dejando restos por aquí y por allá, hasta que pareciera nos vamos quedando secos. Incluso suele ser necesario darse una sopladita de ilusiones, a ver si en el reflejo se hace la magia y traspasa el cristal que nos divide, llegando al alma. Un soplo de esos, con sabor agridulce, entre palabras de ánimo y un par de regaños para inmutarnos.
Pero es que es algo, que excusamos como las formas de la vida moderna; algo sin nombre, que va olvidándose de sentir, de escuchar esa vocecita detrás de las otras voces en el interior. Que deja de lado el correr por las praderas con los pies descalzos, algo que se olvida del color en los sonidos y del aroma de un abrazo cariñoso. Algo, vestido con muchas dolencias cotidianas, algo con muchos nombres… Ansiedad, depresión, miedos, realidad… Viene de tantas formas, con un mismo objetivo. Sobrevivir a costa nuestra.
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