La vida está compuesta de finales y principios. Es la esencia básica de la naturaleza misma. Con cada cierre, renace un nuevo y puro homúnculo tornasol.
Muchas veces, las penumbras del sosiego aniquilan de forma abrupta la intensidad del centelleo ingenuo e infantil. Quiebran su fe.
La ligereza de los pasos se vuelven fangosos y ruines, como los tormentos que juegan con la ilusión del quien que cualquiera podría ser. Supone la sed de una razón, que resurge en la bajeza del desconcierto.
Cuando del alma ciega y cómoda se trata, la ingenuidad corrompida olvida la verdadera razón, convirtiéndose en un ser esperanzado y da a existir un mundo atestado de abacerías análogas.
Siendo así, que se convierten en la misma boca de lobo de aquellos que aún son desemejantes de su apatía originada por la inocencia aniquilada, juzgada como una euforia de ensoñación irreal, que no fue más que una alteración de propias ideas desde la perspectiva “inculta”, según influenciada por la sociedad del hoy en día.
De pronto, la moral se encuentra abrumada por la ética construida de los indolentes engravecidos por su falsa conciencia gris en vez de ser respaldada la ética por la moral del individuo existencial.
Y claro, aparece una centella a la mar. Una clavelina que decidió despertar. Como la pureza inquebrantable que palpita dentro de cada homúnculo dormido.
Un alma que no fue tocada por las pastosas hebras al acecho de la candidez genuina.
Aquel ser que, aunque se encontró en cara con la vida, decidió enfrentarla aun sin escudo ni espada. Con defensa en su propia palabra y su fe en lo autónomo, fuerte como dientes de lapa en corazas sin dejar rastro alguno, tal cual zafiro en bruto.
Es en su interior, sin saber lo que es, que empieza a despertar en la mente ajena la luz que se proyecta en sus ojos y la calidez en su piel.
Así, la esperanza se vuelve fe, la tristeza se torna en alegría, el vacío se encuentra lleno y las escalas del gris se tornan de diversos colores.
Vuelve a renacer en sí mismo.
Deja una respuesta