Metamorfosis de los cielos, mutables cómo los sentimientos
del corazón.
Siempre ahí, siempre hermosos. Nunca comprendidos por
completo.
Errantes en las horas pico, cual mente que divaga ante la sorpresa de que en el auge de lo que se había esperado, la causalidad obre en su contra, aclarando realidades.
A veces me miro al espejo y sonrío. Me alegro de ver lo que
veo y poder sentir que puedo considerarle mío, parte de mí.
Pero otras veces miro y no sé cómo sentirme. No sé cómo definirme.
¿Un caótico desastre?, ¿un glorioso milagro?
Tan solo un completo vaivén. Uno de esos esculpidos en curvas de mujer, entre marfil y tiza, cantores de tragedias.
A veces, suelo huir a ese mundo de fantasía, cubierto por una muralla de sonatas y espinas venenosas.
Ahí, debajo de la palma, a la merced de la luna que gobierna
los cielos cambiantes. Esa luna que guía mi presencia estática en un mundo
errante y escrupuloso.
Hay veces que lloro hasta que los ojos estallan al rojo vivo, abrazo la emoción.
Otras, anestesio los pensamientos y convenzo el cuerpo, entreno mi sonrisa para cuando vuelvan las horas felices. Las dulces epifanías de las existencias humanas.
Y en esas pocas, cuando las epifanías se tornan permanentes
en tiempos que parecieran ilimitados, tomo esa luna y también la palma.
Damos vueltas tomados de manos en un baile sagrado y
profano.
Guardamos el recuerdo, envasado en una galería de emociones,
para nunca perderle.
Ahí, en esa biblioteca de historia repleta de imágenes y canciones, de miradas y sabores.
Le guardamos así, escondido en esquinas detrás de los sueños
furtivos y los abrazos fugitivos, junto a los vestidos de margaritas ya
empolvados y las promesas inalcanzadas.
Pareciera, si hacemos esto, solo hay que destapar el frasco
adecuado para volver a bailar impregnados de ese algo, aún sin la música de la
alegría, a veces adormecida por la cautela del saber constante de que la
oscuridad de la noche no es eterna y pronto debe volver a amanecer.
Pero no nos duele, pues bien sabemos la misión de cada quien viene escrita y con plazo de caducidad, siendo el nuestro bailar entre las almas mientras duermen, guiados por el recuerdo de quienes somos en su momento, para así encontrar su verdadero destino, su corazón latente y eterno.