Palabras a sí misma #2

Recuerdo esos días, aquellos en que el sol danzaba entre las ramas mientras el rocío dibujaba en la ventana.

Días complejos y a la vez simples, que escondían dulces sonidos y amargos sabores, ahora difíciles de encontrar.

Recuerdo el tacto de la brisa que acariciaba las pieles, en ese entonces, sensibles a lo celestial.

Esos tiernos cortejos de las flores que danzaban a la par de los vuelos que hacían mi falda y mi cabello en unísono, bajo la luna.

Recuerdo el calor de las palabras que no necesitaban ser pronunciadas, cubiertas de la fría corteza del árbol viejo, gran sabio contador de historias.

Azahares que adornan lo invisible, imperceptible para aquel que no desea ver.

Oh, por sobre todo recuerdo cuando no eran recuerdos sino hechos, que apuñalaban el corazón y se convertían en escalofríos a través de la columna vertebral.

No puñales hirientes, sino verdades directas, sin envolturas de sedas ni purpurina en exceso, impactantes al momento para convertirse en anestesia a través de la tierra húmeda bajo mis pies que encaminaba mis pasos ante lo que debiera ser.

Recuerdo lo que era, recuerdo lo que iba a ser. Me recuerdo al recordar lo que iba a escribir.

Ojos cerrados, guiados por fuerzas que permiten ver cuando dejamos de observar.

Y me recuerdo a mí, esa yo de aquel entonces, tan igual y al mismo tiempo tan diferente, a lo que ahora soy.

A ti, yo del pasado, te recuerdo y quiero agradecer.

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